Opinión: Repensando los grandes desafíos de la Producción Animal Sostenible

Opinión: Repensando los grandes desafíos de la Producción Animal Sostenible

El Dr. Rodrigo Arias, académico del Instituto de Producción Animal de la UACh, analiza en esta columna que las prácticas de producción y consumo deben evaluarse cuidadosamente en función de una evaluación holística, y no mediante el uso miope de métricas reduccionistas.

Las políticas alimentarias están evolucionando rápidamente, ya que las urgencias relacionadas con la salud pública y la sostenibilidad del sistema alimentario se vuelven más tangibles y amenazantes. Cada vez más, tales políticas plantean la necesidad de una transición proteica. Esto implica que la sociedad debería consumir menos “proteína animal”, mientras que la brecha proteica debería ser cubierto con legumbres y frutos secos, una serie de las denominadas “alternativas basadas en plantas” (es decir, imitaciones de alimentos de origen animal), alimentos de biorreactores (p. ej., carne cultivada en laboratorio) y otras fuentes de proteínas (p. ej., algas e insectos). 

El riesgo de este enfoque, cuando se lleva demasiado lejos, es que tiende a generar una categorización simplista del sistema alimentario, en la que los alimentos de origen animal (en particular, la carne roja) se consideran intrínsecamente dañinos y los sustitutos no animales en su mayoría como beneficioso.

Esta división se ve alimentada además por dinámicas sociales generadas por intereses creados, ideologías, ansiedades sociales, señales de virtud, sesgo de sombrero blanco y chivos expiatorios. Aunque obviamente existen desafíos claros que deben abordarse con urgencia dentro del sector ganadero (como en la mayoría de las otras partes del sistema alimentario, incluidos varios tipos de cultivos agrícolas), no debemos dejarnos cegar por una división binaria tan irracional.

Además, las soluciones propuestas vendrían con sus propios problemas (cultivos de alta demanda de agua con alto uso de insumos agroquímicos, alimentos de imitación ultraprocesados, los efectos negativos de la conversión de pastizales en la biodiversidad y los depósitos de carbono, preocupaciones relacionadas con la seguridad alimentaria y soberanía alimentaria, etc.).

En cambio, las prácticas de producción y consumo deben evaluarse cuidadosamente en función de una evaluación holística, y no mediante el uso miope de métricas reduccionistas que pueden manipularse fácilmente para cosificar puntos de vista preconcebidos. Los problemas en cuestión son multidimensionales y requieren una contextualización adecuada.

Desde un punto de vista nutricional, por ejemplo, la proteína viene con una variabilidad sustancial relacionada con la digestibilidad y los perfiles de aminoácidos. Además, los alimentos de origen animal ofrecen mucho más que "proteínas" por sí solas, incluidos varios micronutrientes clave y compuestos bioactivos que a menudo son más difíciles de obtener de las plantas.

Dentro del área de la sostenibilidad, toda la discusión sobre el cambio climático también se beneficiaría de una evaluación más inclusiva, evitando así interpretaciones demasiado estáticas (ignorando el papel del progreso y el desarrollo tecnológico), descuidando el verdadero valor nutricional al comparar alimentos muy diferentes (p. ej., cuando se usan métricas como CO2-eq/kg o CO2-eq/kcal), el uso de agregados globales para debates locales, la simplificación de la cinética del calentamiento global (debate GWP100 vs. GWP*), entre otros.

En conjunto, los grandes desafíos deben apuntar primordialmente al logro de una nutrición esencial adecuada dentro de contextos dietéticos específicos que deben evaluarse de manera más amplia (incluidos también el estilo de vida, el estado de salud cardiometabólico, la cultura, las preferencias alimentarias, el poder adquisitivo, etc.) y que debe generarse dentro de las limitaciones de un espacio operativo agrícola sostenible.

De hecho, es posible que los formuladores de políticas deban trazar algunas líneas de alerta (por ejemplo, detener la deforestación o la contaminación del agua), mientras que es posible que sea necesario optimizar algunas otras prácticas (atención veterinaria, ciclos de nutrientes, emisiones, etc.) o promoverlas (secuestro de carbono, mejora de la salud del suelo y la biodiversidad, etc.), pero sería un error fatal considerar la agricultura animal como una entidad monolítica que necesita ser severamente restringida o incluso desmantelada.

Eliminar el ganado de la ecuación socavaría nuestra única esperanza de un sistema alimentario saludable y sostenible. Son esenciales para el reciclaje de materiales que de otro modo no serían comestibles (forraje, subproductos y residuos, etc.) transformándolos en alimentos de alta calidad que se necesitan para combatir la desnutrición a nivel mundial, la valorización de tierras marginales que de otro modo serían improductivas, el secuestro de carbono y la (re)generación de la salud del suelo, la provisión de servicios ecosistémicos cruciales y la gestión del paisaje, la generación de medios de subsistencia y el (demasiado a menudo subestimado) atesoramiento de nuestros diversos legados culturales.

En cambio, una integración mejorada de la agricultura animal y agrícola debería ser central en cualquier gran desafío. Esto debe hacerse sobre la base de la mejor ciencia disponible, pero también siendo prudente sobre los posibles efectos no deseados que podrían presentarse en el futuro. Los sistemas complejos siempre retroceden de manera impredecible, especialmente, si se modifican radicalmente mediante enfoques apresurados.

Autor: Frédéric Leroy, Vrije Universiteit Brussel, Bélgica.  *Traducción Rodrigo Arias I., académico del Instituto de Producción Animal, Universidad Austral de Chile.  J. Anim. Sci Vol. 99, Suppl. S3 73 https://doi.org/10.1093/jas/skab235.132

 

Fuente: https://www.diariolechero.cl/